Añoranza.
“Ahora estoy en la época de mi
vida en la que siento que el tiempo pasa mucho más rápido que de costumbre. Tal
vez por la dichosa pandemia, por los achaques personales o simplemente por los
años que se van acumulando inexorablemente, siento que algunos aspectos
fundamentales de mi vida van cambiando”, me dijo aquel hombre.
Tengo la necesidad de poder recordar
algunos fragmentos de mi infancia y de mi juventud. Necesito recorrer los
lugares por donde solía ir con mis padres o con mis abuelos y dar un poco de luz
a esos recuerdos que se manifiestan muy vagos en mi mente.
Camino por el barrio donde viví
mis primeros años y ver el edificio donde residía, me emociona tocar sus
paredes de piedra y apretar con mis manos la gran puerta de hierro que da
entrada al zaguán con sus escaleras de mármol jaspeado blanco y negro.
A veces me cuesta pensar que,
tras esa pesada puerta, la misma pesada puerta de siempre, empezaban y terminaban mis
historias de cada día.
Recorro el gran jardín con el que
iba con mi padre casi todos los días a jugar y arrojar pequeñas piedras, que él
pacientemente recogía y me daba, a un gran estanque lleno de peces y con mucha
vegetación alrededor y decorado con un friso de piedra culminado con pequeñas
figuras de animales.
Acudo al lugar donde comencé mi
preparación académica y lo que antes era un centro educativo y tras haber
estado durante mucho tiempo cerrado y abandonado a su suerte, ahora es un moderno
restaurante que ha machacado de cuajo la historia de aquel lugar.
Transito las estrechas calles del
viejo barrio que ya no es lo que era pero que, en mi recuerdo, sigue estando
tal y como eran hace casi ochenta años. Me emociona visitar la iglesia y
admirar las distintas imágenes escultóricas que allí se encuentran y recordar,
como cada año previo a la Semana Santa, veía emocionado todos los tronos de la
procesión de mi barrio de siempre.
Me gusta escuchar el toque de
campanas que, acompasadamente, avisan de los diversos actos religiosos y que,
si no me equivoco, son los mismos de cuando vivía en aquel barrio.
Paseo por los jardines que aun existen y donde jugaba con
mis padres y aunque muchos ya no están, recuerdo sus zonas de juego y su
arbolado.
Camino por las viejas plazas peatonales que existen aún donde,
con algunos compañeros de colegio, íbamos a disfrutar jugando al “pillao”, a las
chapas, a la peonza y a otros tantos juegos que había en aquellos tiempos.
Visito el viejo quiosco, lugar de reunión tras las clases
del colegio y donde comprábamos algunas golosinas que compartíamos con los
compañeros.
Veo que todavía está, en la pequeña placeta frente al
colegio, la misma farola donde quedábamos, al salir de clase, para “ajustar
cuentas” tras algún altercado dentro del colegio y darnos algunos infantiles
puñetazos y empujones para dejar las cuentas saldadas y volver a ser amigos y
compañeros nuevamente.
Siento la necesidad de recorrer aquellos
lugares y acercarme a ellos para recordar mi pasado, reubicarme y volver a reencontrarme
con mis raíces, si es que alguna queda.
Continuaré visitando más lugares por los que, en otros
tiempos pasé, y siempre que las “fuerzas” hagan el favor de acompañarme en este
camino, me dijo cogiéndome del brazo.
Se levantó y lentamente se marchó de allí.
Hoy todavía creo que lo de aquel
hombre es como si de una despedida se tratara o una forma de saldar alguna
deuda pendiente consigo mismo.
Sólo el lo sabrá.