Tristeza.
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Nunca había sentido tanta tristeza al ver ese pequeño lugar tan desolado. Un espacio que ella era capaz de llenar con su sola presencia pero que hoy estaba vacío.
La recuerdo sentada sobre su pequeño y deshilachado almohadón de tela al lado del paso a nivel lindante a las vetustas y sucias vías del ferrocarril.
Un lugar transitado por gentes que, a toda prisa, vienen y van, y que con destreza ella era capaz de controlar mientras nos saludaba con satisfecha prestancia.
Siempre ataviada con ropajes hoscos y menesterosos. Con un gran pañuelo de vivos colores cubriendo su cabeza. Tez morena y profundos surcos en su cara y arrugas en sus manos, fieles testigos de su vida. Así era ella.
Tras su semblante triste y profundo, asomaban unos ojos abatidos por los años y por el cansancio acumulado.
A mi paso, con dificultad y torpeza, se levantaba, se acercaba y me saludaba esbozando una leve sonrisa mientras alzaba lentamente su mirada para alcanzar la mía. Todavía no sé por qué lo hacía.
Me cogía suavemente de la mano y me miraba directamente a los ojos. Conseguía con sus parcas palabras y su cercana mirada que mis pensamientos y mis problemas no fueran tales y me ayudaba a que viera desde ese momento las cosas bajo un prisma muy distinto.
“Hola, buenos días. ¿Cómo está?” me decía.
“Buenos días. Bien. ¿Y usted?” le contestaba.
“Estoy bien pero el corazón lo tengo mal” me decía tímidamente.
Ya hace tiempo que no la veo, que ya nadie me saluda cuando paso por allí. Ya nada es como antes en ese pequeño lugar porque ese viejo asiento sigue vacío.
¿Cómo se llamaba?.
Nunca supe su nombre.
Ricardo López Rubio
(Datos EXIF - D7100 - ISO 100 - 24 mm - f/5,6 - 1/100 sg)